Mai zerbal


Mai zerbal, madre humana salvaje, que intenta seguir su instinto y escuchar su intuición.

Madre mamífera, porque el ser humano es un mamífero del orden de los primates.

Madre entrañable, que ama a sus hijos desde lo más profundo de sus entrañas donde está el útero.

Madre complaciente, que se complace en complacer a sus hijos.

Madre insumisa, que hace lo que cree que es mejor para sus hijos a pesar de lo que digan otros.

Madre consentidora, porque siente lo que sus hijos sienten.

Madre respetuosa, que considera que un niño merece tanto o más respeto que cualquier adulto.

Madre nutridora, que nutre con su leche, su amor y seguridad a sus crías.

Madre natural, que intenta actuar como lo haría una hembra humana sin condicionamientos.

Madre defensora, que representa a sus hijos ante la sociedad y no viceversa.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Chutney de otoño

Por primera vez, hoy he hecho un chutney, por recomendación de mi amiga Isa. Como nunca lo había probado lo he hecho un poco a ciegas, sin saber qué sabor debía tener, pero me apetecía hacerlo a ojo, sin seguir ninguna receta. Y ha salido buenísimo y según Isa, si que sabe a chutney. Le llamo chutney de otoño pues todos los ingredientes son de esta época.

Ingredientes:
tomates verdes (sin madurar)
manzanas
calabaza naranja
cebolla
uvas semi-pasas
pimientos verdes
guindillas verde y roja
limones
vinagre
azúcar
sal
pimienta negra
pimentón
jengibre

Elaboración:
Se echan todos los ingredientes, cortados a trocitos pequeños, en una cazuela y se cuecen lentamente a modo de mermelada.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Décimo encuentro anual de Ale y conferencia europea sobre educación en el hogar

El pasado fin de semana tuve el placer de asistir al encuentro organizado por la Asociación por la Libre Educación (ALE), a la que pertenzco. Disfruté mucho asistiendo, junto con mi bebé, a charlas, talleres, conferencias y debates y también reencontrando amigos y haciendo nuevas amistades. El hecho de que fueran tantos días fue muy positivo porque así mis niños tuvieron tiempo de abrirse y se lo pasaron muy bien jugando con otros niños, asistiendo a talleres y cuentacuentos y jugando al ajedrez contra el gran maestro Julen Arizmendi.









También fue positivo que en el lugar solo estuvieramos alojados los que veníamos al encuentro. El ambiente fue muy bueno y mi familia y yo nos sentimos muy a gusto. Además conocimos a cuatro familias de Aragón y quedamos en que organizaríamos alguna quedada. Estoy muy contenta pues todas me parecieron personas encantadoras y tengo muchas ganas de quedar con ellos.









El encuentro empezaba el miércoles pero nosotros no pudimos ir hasta el jueves. Por eso, nos perdimos la charla y el taller de Sonia Kliass, que me dijeron que habían estado muy bien. El primer taller al que asistí fue el de Miguel sobre lengua de signos para sordos, tema que siempre me ha interesado mucho. No pude hacerlo entero pues mis hijos me reclamaron para ir a un cuentacuentos. El jueves me lo tomé con calma, pues estábamos cansados del viaje, pero no quise perderme la charla de Pedro García Olivo, que me encantó. Creo que a partir de ahora le seguiré la pista a este hombre. Ese día nos fuimos pronto a dormir.









El viernes no recuerdo muy bien qué hice por la mañana, supongo que charlar con unos y con otros. Por la tarde asistí al taller de Elena Llamazares sobre juegos de roll, donde me divertí mucho por la manera como cuenta las cosas Elena y después a las charlas de Lluis Vives de la Coordinadora catalana, Juan Carlos Vila de Clonlara y parte de la de Julio Fernández de Crecer sin escuela, así que pude hacerme una idea sobre la historia del homeschooling en España. Esta última no la pude escuchar entera porque me fui a la exhibición de ajedrez, pues mis hijos querían participar. Por la noche participé en el ejercicio de debate asambleario, así que fui bastante tarde a dormir.









El sábado fue un día muy intenso. Asistí a casi todas las conferencias internacionales (de 11 países europeos y EEUU). Gracias a los cascos para la traducción simultánea podía salirme fuera si mi niña protestaba y seguir escuchando. Me pareció muy interesante conocer la realidad de tantos países y ver como todos coincidían en la ilusión de crear una confederación de asociaciones europeas para ayudarnos mutuamente. Me perdí un taller que me apetecía sobre material montessori de Celine Hameury, pero pudo asistir mi marido y le gustó mucho.









Después de cenar tuvimos el debate sobre regularización, al que asistió bastante gente, y que se prolongó hasta no se qué hora de la madrugada (suerte que mi niña duerme tan a gusto en su fular). Este debate fue de lo mejor que viví en el encuentro. Recibimos mucha información sobre la situación legal con intervenciones muy esclarecedoras de Sergio Saavedra de Ale y otras aportaciones interesantes por parte de personas que no son de Ale como Elena Llamazares, Julio Fernández o Juan Carlos Vila. El debate fue un ejemplo de respeto y ganas de ir hacia delante y eso que, por petición de Daragh McInerney, actual presidente de Ale y principal organizador del encuentro, se dejó que las intervenciones fluyeran de forma natural sin tener que hacer apenas uso de moderador.









El último día, el domingo, me levanté con ganas de asistir a las charlas de David Pla y de mi amiga Rosana Gadea de La Serrada. Estuve en la charla de David sobre el sistema educativo y me encantó (impactante el video sobre obediencia ciega). Tuve que irme antes de que terminara y me perdí la de Rosana porque había reunión de Ale, abierta a todo el que quisiera asistir. Hablamos sobre los dos equipos de trabajo nuevos en Ale: el equipo legal, que ya está trabajando en cómo ayudar a las familias que tienen problemas y el equipo de atención a los medios que empezó a formarse a partir de esta reunión.









Después de comer recogimos la tienda para irnos y nos despedimos de los amigos que fuimos encontrando, cosa que nos llevó un buen rato. Nos fuimos del encuentro muy contentos, con muy buen sabor de boca y cierta euforia. Creo que me pasé todo el viaje de vuelta sin parar de contarle cosas a mi marido pues se había dedicado principalmente a acompañar a los niños, aunque también lo pasó muy bien e hizo amistades.









Desde aquí quiero dar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro, organizándolo o colaborando en el mismo, especialmente a Daragh McInerney, el cual, gracias a su carácter conciliador consiguió los dos objetivos que se había propuesto: la creación de una confederación de asociaciones europeas y el acercamiento entre distintas entidades españolas. También hay que agradecer a todos los asistentes la alegría y el buen rollo que se ha respirado.









En dos palabras: ¡estuvo genial!








jueves, 9 de junio de 2011

La nueva maternidad

La nueva maternidad es el título de un libro que me apetece leer. He visto que en un blog se sortea este, junto con otro para niños "Hermanos de leche", de Ibone Olza, nombre que estos días he conocido por el indignante caso de Habiba. Como me apetece mucho tener ambos libros, he decidido reflexionar sobre lo que puede significar para mi eso de la nueva maternidad y así poder optar al premio. Este es el enlace del sorteo:






¿Qué me sugiere eso de la nueva maternidad? me sugiere una forma de ser madre, que es, a la vez, nueva y muy vieja. Nueva, porque hay todo un movimiento, una conexión de madres, que se conocen por internet, como las blogueras que han escrito el libro, madres que comparten informaciones y que pueden unirse y hacer fuerza juntas para reivindicar esa nueva forma de ser madre. Y vieja, ancestral porque es la forma salvaje y natural en que la hembra humana tuvo que ser, siguiendo los impulsos de su cuerpo. Una maternidad intuitiva e instintiva, aunque muchas hayamos llegado a ella a través de la razón: leyendo libros que nos han ayudado a conectar razón con corazón, a conectar con nosotras mismas.



Es muy simple, si sabemos escucharnos, encontramos que nuestro deseo es cuidar y complacer a nuestros hijos. Si ellos son felices, nosotras también lo somos. Y ellos son felices cuando reciben nuestro amor incondicional, cuando satisfacemos sus necesidades de apego, cuando se sienten respetados y escuchados, cuando se sienten libres para poder ser ellos mismos. Y nosotras disfrutamos haciéndolo porque es lo que nos apetece hacer. Y lo hacemos desde el embarazo, cuando nos negamos, por ejemplo, a que nos hagan un tacto innecesario. Y parimos en nuestras casas para proteger a nuestras criaturas. Y nos las ponemos pegadas a nuestra piel y no nos separamos de ellas, ni de día ni de noche, llevándolas siempre en brazos y durmiendo con ellas. Y les damos teta muchos años. Y no utilizamos castigos, ni violencia, ni queremos que otros lo hagan y por eso, algunas, dejamos de llevarlos al colegio. Y nos quedamos perplejas cuando vemos que la gran mayoría de madres que nos rodean no sienten ni actúan igual... todavía.

viernes, 27 de mayo de 2011

Mi cuarto parto

La fecha probable de parto era para el 6 de mayo de 2011 pero yo tenía la intuición de que no iba a llegar. La última semana estuve notando mucho peso abajo y me mantuve reposadita pues Eider, la partera que me iba a acompañar, iba a estar dos días fuera. Ella regresaba el jueves, 28 de Abril, por la tarde y me puse de parto esa misma noche. Al medio día ya tuve la sensación de que algo iba a ocurrir pronto. Haciendo la comida notaba muchísima presión hacia abajo pero no tenía contracciones. Tuve el impulso de preparar mi nidito: un colchón, junto a la cama, en la habitación más pequeñita, donde había pasado muchas horas durante el embarazo haciendo ropitas a mi niña. Me quedé frita allí mismo y soñé con contracciones placenteras y la niña bajando, pero al despertar de la siesta ¡nada! Deshice el nido y por la tarde me fui a dar un paseo con los niños, cosa que hacía mucho que no hacía. Luego estuve haciendo solitarios con las cartas una y otra vez, sin poder pensar en nada. Esos últimos días estuve con dolor de piernas. Es un dolor circulatorio, que me da en las reglas, desde que nació mi primer hijo y que me ha dado en todos los postpartos, salvo en este, en el que me dió los días previos y después de parir ya no. Durante la tarde me dió alguna contracción algo más intensa de lo habitual.
 

Por la noche, cuando todos se habían dormido, yo no podía y me levanté para ir al baño. Al incorporarme después de hacer pis, me cayó una gota rosada en la pierna. Me sonaba que aquello estaba relacionado con el tapón mucoso. Me puse una compresa y volví a preparar el nidito. Eran las 12. Me tumbé en el colchón y estuve terminando "Pariremos con placer" de Casilda Rodrigáñez pues tiene el poder de activarme contracciones, y así ocurrió. Comprobé que si que estaba echando el tapón, apagué la luz y me tumbé sobre el lado izquierdo a intentar dormir. Me daban contracciones relativamente suaves y en mitad de una de estas, de pronto, noté un "plac" dentro de mi y, a continuación, como salía bastante líquido cálido entre mis piernas. Se había roto la bolsa y era la una. Me quedé inmóvil y empecé a llamar a mi marido, cada vez más fuerte porque no se enteraba y, cuando lo hacía, salía más líquido. Finalmente acudió medio cardiaco, el pobre. Al encender la luz vimos que había algo verdi-amarillento en las aguas. LLamamos a Eider y dijo que era muy importante comprobar el corazón. Nos había dejado una trompetilla pero Alfonso no había conseguido contar clatramente ningún día. Y aquel día, con los nervios, menos. A él le daba la impresión de que el rotmo era más lento, así que, como no era prudente esperar la hora y media que le costaría venir a Eider, tuvimos que ir al hospital de Tudela, que era el más cercano aunque no el que me correspondía, por ser de otra comunidad autónoma. LLamamos a un amigo, que vive cerca para que viniera a casa mientras tanto. Los niños dormían.


Debimos de salir sobre la una y media pasadas. En el camino me dieron contracciones cada 6 minutos, más o menos. Enseguida me llamaron para que pasara a urgencias de ginecología, donde había dos mujeres, una joven, que fue muy amable todo el tiempo y otra, que nos echó la bronca por ir allí, cuando no nos correspondía, a pesar de decirle que las aguas eran meconiales y nos preocupaba un posible sufrimiento fetal. Me pusieron el monitor y el corazón de Ilena latía a buen ritmo. Estaba perfecta pero tenía que estar allí 20 minutos con el monitor, me tumbé sobre el lado izquierdo para aguantar las contracciones. LLamamos a Eider y dijo que venía hacia aquí y que no me dejara hacer tactos con la bolsa rota. Dijimos que nos íbamos y ellas que no me podía ir. Al cuarto de hora dije que tenía que ir al baño y al levantarme me di cuenta de que me dolía mucho la pierna izquierda de arriba abajo. Y me entró una urgencia por salir de allí cuanto antes pues las contracciones se hacían más fuertes cada vez. En esto que vino la ginecóloga dispuesta a meterme mano y se ofendió mucho cuando no le dejamos y dijo que no nos podíamos ir, que allí mandaba ella. Y yo, marchándome por el pasillo, sin zapatos, con los calzos de plástico. Al final me hizo firmar un papel donde le eximía a ella y al hospital de toda responsabilidad. Y nos fiomos. Antes de entrar al coche, me dió una contracción fuerte y yo susurraba "ya vamos a casa, a casa, a casa...". Decidí meterme atrás, me desnudé de cintura para abajo y me puse de rodillas contra el respaldo. En el viaje de vuelta las contracciones ya eran muy fuertes y cada dos o tres minutos. Ya no soportaba que me hablasen entre contracciones y los botes del camino me sentaban fatal. De vez en cuando abría los ojos para ver por donde íbamos. Pensé en que me quedaría allí, en el coche, pero al llegar a casa, Alfonso abrió la puerta y hacía mucho frío. Entré en casa agarrada a Alfonso en plena contracción y así subí las escaleras para poder tirarme en el colchón. Me quité el resto de la ropa. Debían de ser sobre las tres y media.


Las contracciones me resultaban insoportables. En varias ocasiones, a lo largo del parto, me vino el pensamiento de que si me hubiera quedado en el hospital podría estar tan ricamente con la epidural, que aquello era una tortura horrible. También pensaba en lo distinto que había imaginado mi parto, dejándome invadir poco a poco por las contracciones, sin miedo, pero el viaje al hospital lo había estropeado todo y yo ya no conseguía relajarme, encima ¡ese dolor de pierna que no me permitía estar bien en ninguna posición! Le dije a Alfonso que preguntara a Eider por teléfono si podía bañarme y dijo que si, pero solo media hora, así que me metí cuando estuvo llena. El agua estaba caliente y enseguida empecé a relajarme, hasta el punto de quedarme casi dormida y entrarme agua y casi ahogarme... la media hora pasó rápido y tuve que salir. Entre tanto había llegado Eider. Serían las 4 y media. Me fui al cuarto y en la primera contracción Eider me acompañó haciendo sonidos graves y tocándome la espalda. me gustó. Me tiré en el colchón y empecé a recibir las contracciones, cada una en una posición, sin poder relajarme entre contracciones, pues la pierna dolía mucho. Cambiaba de posición todo el rato, subía, bajaba, me crispaba estirando las piernas y cruzando los pies. Solo conseguía relajarme tumbada sobre el lado derecho pero en esa posición no podía estar mucho pues no es buena para el bebé. Así que era un fastido, porque todo lo que me pedía mi cuerpo no era lo correcto. Harta, me levanté y me fui al baño. Sentía ganas de algo y no sabía si serían las famosas ganas de empujar que nunca antes había sentido. Creo que serían las 5 y media o las 6 porque Nuei se había despertado a las 5 y Alfonso estaba con él. No se si para entonces también se había despertado Lorién. Me suena verlo en el pasillo y que me hablase pero no se cuándo.


En el baño estuve un buen rato, sola. Me sentaba en el water, me levantaba y apoyaba en el lavabo, daba vueltas... notaba que si acompañaba a la contracción con presión me dolía mucho menos y me preguntaba si eso era lo de empujar. Eider no me hizo ni un solo tacto pues no es partidaria, y menos con bolsa rota así que me daba miedo estar emoconándome y que realmente la cosa no estuviera tan avanzada. Se alternaban contracciones en las que presionaba y no dolían y otras que dolían y se hacía insoportablemente interminables. Recuerdo pensar que aquello era una tortura, que la experienvcia no tenía nada de bonito, que solo valía la pena por mi niña y por mi niña aguantaba. En un momento dado decidí volver a llenar la bañera y la dejé llenando mientras me salí del baño porque estaba helada, temblando (y no llegué a volver a meterme).


Me fui al cuarto, de nuevo. No había nadie. Me alegré de seguir sola, así pude tumbarme e intentar relajarme. Al poco rato entró Eider y al verme temblando volvió a poner en marcha el calefactor. Yo lo odiaba porque en las contracciones me moría de calor. Eider me dijo que las contracciones se estaban distanciando y me preguntó que qué pasaba. Aquello me descolocó porque yo las estaban sintiendo horrorosas e interminables. Ahora pienso que parecían distanciadas, precisamente por lo mucho que duraban... y que en realidad el tiempo entre contracciones no era más largo. Pero en ese momento me desanimé mucho porque pensé que otra vez era yo la que estaba frenando el parto y no entendía por qué ya que esta vez no tenía miedo al expulsivo, ya que ya sabía lo que era. Alfonso también entró y me empezó a decir que no me pusiera tumbada que yo siempre le había dicho que quería parir de rodillas y a mi me supo mal porque si me hablaban me hacían regresar aún más del planeta parto al que no conseguía ir y encima me daban indicaciones en vez de dejarme llevar por mi instinto, pero es que mi cuerpo me llevaba a posturas donde no doliera la pierna y no a las que eran mejor para mi niña. Así que medio lloricosa acepté. Alfonso se puso sentado en la cama y yo, de rodillas, abrazándolo, a veces más alta, le mordía el cuello de la camiseta, otras veces más agachada le mordía el pantalón, el pobre debió de pasar miedillo... yo me desahogaba así y abrazándolo fuerte hasta casi ahogarlo. Las contracciones seguían alternándose hasta que claramente sentí la cabeza bajando entre las piernas. Aquello me fue serenando. La cabeza subía y bajaba pero estaba allí. Deseaba con todas mis fuerzas sentirla coronando y cuando comenzó la quemazón dije con toda serenidad. "Estoy sintiendo el aro de fuego". Y nada más, ni un grito, ni una queja. Me dajaba llevar por lo que sentía y no era empujar sino presionar y aguantar la presión para que la cabeza ya no subiera. Esta vez mi marido no lloraba. Todo era muy templado. El me decía "venga, venga" pero Eider le hizo un gesto, que yo no vi, de que me dejara hacer a mi pues según dice, lo estaba haciendo muy bien (de hecho no tuve ni el más mínimo desgarro). Eché la mano a la cabeza y toqué algo blando. En la siguiente contracción la cabeza terminó de salir. Noté como todo se estiraba y quemaba aún más. Yo no hacía nada más que aguantar, callada. Seguí callada hasta que en la siguiente salió el resto del cuerpo. ¡Increible! Ya estaba allí. Sentí doble alivio: físico y psicológico. Todo había terminado, había ido bien y ya no había dolor de ningún tipo. Eran las siete y venticinco del viernes, 29 de Abril de 2011.


La niña tenía la cabeza con un bulto raro pero Eider dijo que se iría en unas horas, que no nos asustáramos. Yo la miraba y no le decía nada, la veía adormecida y creo que inconsciente guardé la distancia por si no estaba bien. Recordaba la mirada de mis otros hijos y esta no abría los ojillos. Afortunadamente la niña estaba bien y mamando al cabo de unos cuantos minutos. Recuerdo gratamente el momento en que salió la placenta, muy pronto. Fue una sensación agradable y cálida. Eider cortó el cordón cuando hacía rato que no latía así que estuvo unos días muy coloradota.


Me alegro mucho de que mi hija haya nacido en casa y se que si vuelvo a tener que parir querré que vuelva a ser así, a pesar de que no me olvido de todo lo que fui pensando a lo largo del parto. Me ha costado escribir este relato, necesitaba coger distancia. Los primeros días tenía claro que no iba a tener más hijos pero tres semanas después ya no tanto...

jueves, 21 de abril de 2011

Relato de mi tercer parto

Me quedan dos semanas para la fecha probable de parto de mi niña. Ayer releí el relato de mi tercer parto, que hace cinco años escribí en un foro y que, afortunadamente, no está borrado. Aquí lo dejo:

Mi tercer parto (A la luz de las velas)

 Antes de comenzar el relato os voy a poner en antecedentes. Aunque ya tenía dos hijos, nunca me había puesto de parto. Ambos fueron inducidos. Mi primer hijo nació en un hospital de la seguridad social. El parto acabó con forceps y clavícula rota. Por esta razón se llevaron a mi hijo y no volvimos a verlo hasta 4 horas después. Tuve problemas para establecer la lactancia y un postparto muy malo. Me sentí mal tratada por el personal y por eso para el segundo embarazo me hice un seguro privado. De nuevo, el retraso me llevó a una inducción al cumplir la semana 41. El parto fue mejor, aunque con todo el protocolo incluido. El trato hacia mi había mejorado pero la clínica tenía un sistema de nidos muy rígido que nos hizo pasarlo fatal. Al nacer lo metieron en la incubadora una hora por si cogía frío y cuando lo sacaron no me lo subieron porque no tocaba. Cuando lo trajeron habían pasado 5 horas y media desde su nacimiento.

Mi tercer parto:

La fecha posible de parto era el 3 de Abril de 2006. El domingo, 26 de Marzo, estuve todo el día expulsando el tapón mucoso. Decidimos ir a pasar el día al pueblo de mi cuñada, a hora y media de aquí. En el viaje de ida me dieron algunas contracciones algo intensas pero no dolorosas. En el pueblo tuve solo contracciones normalitas. Fue en el viaje de vuelta donde la cosa se desencadenó. La primera contracción dolorosa me dio en una zona de baches, la segunda al pasar por Huesca, contemplando unos fuegos artificiales y la tercera al entrar a Zaragoza. Eran las 11 de la noche. Fue entonces cuando calculé que las contracciones habían sido cada media hora. Hasta entonces me habían despistado contracciones intermedias, indoloras y sin ritmo.

Al llegar a casa me puse a mirar los foros, pensaba que se pararía la cosa pero justo a las 11 y media vino otra contracción. Me levanté y me quedé inmovilizada en la puerta. Lorién estaba al lado y me pedía teta y al decirle que tenía una contracción fue corriendo a decirle a su padre "a mamá está ando una asasión". Estaba muy nerviosa y emocionada. No sabía que hacer, si tumbarme o si hacer algo. Me fui al sofá del salón. Los niños jugaban con su padre en el cuarto de los juguetes. Ese día se había cambiado la hora y por eso se nos había hecho tan tarde. Me puse a escribir y a hacer punto hasta que me di cuenta de que la cosa estaba en marcha. Las contracciones seguían y la frecuencia aumentaba.

Como primerizos que éramos en esto de ponerse de parto nos pusimos muy nerviosos. Empezamos a sacar toallas, a preparar todo lo necesario, a elegir lo que yo me ponía... los niños también estaban nerviosos. Cuando nos acostamos era más de la una. Lorién me pedía teta todo el rato y las contracciones dolían. Siempre había imaginado que al comenzar el parto por la noche dormiría un poco pero estaba demasiado emocionada y no quería que aquello parara. También siempre había dicho que no llamaría enseguida a la matrona pero quería saber si Raquel estaba disponible esa noche pues quería que me asistiera ella, así que me levanté y la llamé. Estaba dormida y dijo que venía. Le sorprendió que estuviera ya de parto. Eran ya las dos de la madrugada. Tardó media hora en venir y entre tanto me dieron 4 contracciones. La peor fue una que me pilló cogiendo las cerillas que estaban en alto aunque yo estaba encantada. Encendí las dos velas que me había regalado Alfonso para la ocasión, apagué las luces y me fui al sofá. Alfonso había preparado un colchón delante del sofá con un plástico grande y una sábana. Fui probando posturas para las contracciones. El colchón no me gustaba pues hacía ruido el plástico. Entre contracciones me sentaba o tumbaba en el sofá y cuando llegaba la contracción me ponía de rodillas sobre el mismo con la cabeza contra lo alto del respaldo estrujando un cojín. Intentaba visualizar una flor que se abría y al bebé bajando. Entre contracciones me daba tiempo a ir al baño a hacer pis, no se por qué me dio por eso.

Cuando Raquel llamó salió Alfonso y al poco salió Jorge muy excitado. Quería dormir en el colchón o sentarse en el sillón a ver el parto y no paraba de correr. Yo le dije que no se asustara si hacía ruidos como una vaquita. Hasta entonces me daba por mugir y balancearme. Alfonso lo convenció para ir a jugar un rato. Raquel me hizo un tacto, estaba de 4 cm. Se sentó junto a la mesa a escribir algo a la luz de velas. Se dio cuenta de que me iba mejor el parto sola y se fue a jugar también. Le dije que cerrara la puerta del salón. Estuve ahí un rato sola, en mi sofá, mordiendo el cojín, haciendo ruidos, balanceándome, dejándome llevar. Después de cada contracción me quedaba balanceándome un rato y luego me tumbaba a esperar tranquila. Una de las veces que fui al baño me pilló una contracción allí y ya no fui más. Poco a poco me fue entrando miedo. Cuando llegaba la contracción tenía miedo a que doliera mucho pero siempre pasaba y me parecía que no había sido para tanto. Así que se fue dibujando otro miedo: que la cosa no avanzara. Le comenté mis miedos a Raquel y creo que fue entonces cuando me dijo que le hablara a Nuei, cosa que no fui capaz de hacer hasta que lo tuve en mis brazos.

De pronto Jorge apareció corriendo por el salón pero Alfonso le convenció para irse a dormir. Se quedaron fritos los dos. Solo se que eran más de las 3. Raquel me hizo otro tacto para ver cómo iba. Estaba entre 5 y medio y 6 cm. Pensé que eso iba a hacerse muy largo, comenzaba a sentir cansancio en los hombros y dorsales. Al poco rato Raquel me preguntó si llamaba a la doula por si necesita algún masaje. Le dije que si. Seguí sola en mi sofá. Cuando Eva llamó al timbre Alfonso se despertó. Al entrar todos Raquel se dio cuenta de que me desconcentraba y se fueron a la cocina pero en la siguiente contracción Eva me sorprendió con un masaje. A pesar de que noté que aquello me distraía, me dejé seducir. Olía muy bien a algo balsámico y sentía menos dolor y miedo. Pero había cosas que no me gustaban: si yo cruzaba las piernas, ella me las descruzaba y hablaba entre contracciones. Había traído una pelota y la hincharon. Aunque me dolía la parte alta de la espalda nunca pedí un masaje allí pues parte de mi quería seguir sola pero tampoco me negaba a los masajes lumbares pues otra parte quería compañía. Durante una contracción oí que había venido alguien más, supuse que era la segunda comadrona, que se fue directamente a la cocina.

Como cada vez notaba más cansancio y además ya no me sentía tan a gusto decidí irme a la pelota. Me senté sobre una toalla con las piernas abiertas y los brazos y cabeza apoyados en la mesa. Me molestaban las velas y las apagué de un soplido. Eva me dijo que había traído un disco de música para partos pero le dije que no quería. Creo que encendieron la bola del mundo o las velas de forma que no me molestaran. De la pelota me gustaba que entre contracciones me balanceaba y durante la contracción me ponía a botar, lo cual dijeron que era bueno para que el bebé bajara. Lo que no me gustaba era la sensación de tener la vagina presionada contra algo, como cerrando el paso. Las matronas y la doula fueron a la cocina a tomar algo y Alfonso se quedó conmigo haciéndome masajes. Yo estaba muy metida en mi misma, había perdido ya el concepto del tiempo por completo. Empecé a sentir ganas de tumbarme pero miraba el colchón y me decía que imposible recibir allí las contracciones. Estaba cansada y decidí ir a la bañera así que Alfonso fue a prepararla. Cuando estuvo llena, al salir de una contracción me fui para allá. Por el camino, paré en el otro baño a hacer pis. Sentada en el water me dio una contracción que me dolió un montón abajo, me sentí demasiado abierta, no se describirlo. El caso es que me entró pánico y me puse a temblar. Me agarré a Alfonso y fuimos juntos hasta el otro baño (el de nuestro cuarto, donde dormían los niños que no se enteraron de nada).

Me tumbé primero mirando hacia afuera. El agua estaba calentita, apoyaba la cabeza en un flotador y el ambiente era agradable con una velita pero la bañera es muy estrecha y no vi fácil moverme en las contracciones y dije "¿y ahora cómo encajo la contracción?". Eva me dijo que probara así como estaba y así lo hice. A pesar del flotador, al moverme me entraba agua por todos los lados. Al terminar me volví contra la pared y me quedé ensimismada. Oía hablar a la doula con Alfonso como de lejos, dejaba al agua entrar en mi oído para aislarme del mundo. Se que Raquel me hizo un tacto pero no recuerdo de cuánto estaba. Venían contracciones y venían mis miedos, recuerdo pensar no ser capaz de volver a pasar por aquello nunca más, recuerdo preguntarme porque me había complicado con lo fácil que había sido mi segundo parto pero de pronto recordé lo que pasaba con los bebés al nacer en la clínica y apareció una nueva contracción. Cada vez estaba más a gusto ahí, las contracciones eran cada vez más llevaderas, me estaba quedando medio dormida. No se cuánto tiempo pasé así. De pronto me dijo Eva: "Venga, Anica, hay que salir de la bañera. Se están parando las contracciones." ¡Qué pereza me entró! me hubiera ido directa a la cama para seguir otro día pero tenía que seguir, mi niño tenía que nacer en casa. Me sequé, hice pis de pie pues no quería que pasara como la vez anterior. Me pusieron mi vestido y nos fuimos al salón.

A partir de este momento no tengo muy claro qué cosas pasaron antes y después. Recuerdo una especie de baile con Alfonso en mitad del salón pues me apoyaba en él mientras me balanceaba y él me acompañaba. También estuve en mi sofá, recuerdo pensar "otra vez como al principio" y allí fue donde me di cuenta de que el parto no estaba siendo como yo lo había soñado. Me estaban acompañando demasiado. Al volver al origen, donde había comenzado yo sola, no podía evitar pensar que tenía que haber seguido allí yo sola pero llegaban las contracciones y de mi boca salía "No" y "No quiero". Miedo al dolor, más que dolor, yo creo, o ahora me parece así. Allí Raquel me hizo el último tacto. Estaba de 9 cm. pero la cabecita alta. Al oir esto me vino el fantasma del primer parto cuando Jorge no bajaba y lo mal que acabó. Creo que por eso volví a la pelota.

A estas alturas me molestaba la presencia de la doula, estaba enfadada por haberme acompañado tanto. Me molestaban sus consejos sobre abrir la pelvis o tomar aire por la nariz. Me dieron una cucharadita de miel para que me diera energía. Me pegué todo el parto bebiendo agua pero no había comido nada. En un momento, a solas con Raquel, no recuerdo que le dije pero si que ella me contestó que tenía que enfadarme y tener ganas de sacar a mi bebé, que yo estaba demasiado bien. Así que en las siguientes contracciones empecé a saltar y a gruñir, a soltar el cabreo que llevaba. Y ya no decía "no quiero" sino que pensaba "atraviésame, haz conmigo lo que quieras, venga". Entre contracciones escuché a Alfonso llamado por teléfono a su trabajo y la persiana de la papelería de abajo: eran las 7 de la mañana. Seguí un rato en la pelota pero no me gustaba, de nuevo, la sensación de presión sobre ella y quise levantarme pero no podía. Me elevé un poco y de pronto noté algo que salía de mi a toda velocidad y ¡splas! Había sido la bolsa, que salió entera y llena, rodó por la pelota y a caer al suelo se vació de golpe. Eva dijo que nunca había visto algo así. Todos rieron menos yo. No me hacía ninguna gracia que se hubiera roto, me hubiera gustado llegar con ella intacta hasta el final. Las aguas eran claras

A partir de ese momento recuerdo mucho agobio por parte de la doula y las dos comadronas. Decían que la cabecita estaba allí y se extrañaban de que no tuviera ganas de empujar. Si me agarraba a mi marido y me ponía de puntillas, me decían que así estrechaba la pelvis, que tenía que echar los pies a tierra y agacharme, abrir la pelvis. Si gritaba, porque a partir de ahí daba gritos en las contracciones, me decía que concentrara esa fuerza en empujar. Me decía que fuéramos al water y yo me negué, yo quería huir de ellas, no quería empujar, no sentía las famosas ganas, no sabía. Raquel ponía sus dedos e la entrada de mi vagina y me decía que empujara como para sacarlos y yo solo pensaba "así no, así no quiero" y comencé a decirlo en alto y todos, incluido mi marido me decían que empujara, que mi bebé estaba allí pero yo no quería posiciones verticales ni muy abiertas porque me dolían y me daba mucho miedo el expulsivo, creía que me iba a desgarrar. Finalmente dije en alto "dejadme en paz, me estáis agobiando" y se salieron las tres del salón. No se bien lo que hablé con Alfonso pero me tranquilicé y cuando volvieron al momento y me sugirieron que me pusiera de cuclillas, accedí. Decidí vencer mi miedo, mi hijo tenía que nacer. Una parte de mi me decía que teníamos que confiar más en la naturaleza y que ellas no lo estaba haciendo, pero otra pensaba que quizás mi miedo era demasiado poderoso y que les tenía que hacer caso o la cosa podía acabar mal.

Alfonso se sentó en el sofá con las piernas abiertas y yo me puse de cuclillas sobre el colchón apoyada contra el sofá y Alfonso. Y me puse a empujar y la cabeza empezó a bajar hasta que coronó y se atascó. Yo empujaba con todas mis fuerzas y gritaba como una loca. Sentía el famoso aro de fuego. Fueron unos 5 minutos, según me contaron otro día. Sentía que aquello iba a estallar, escocía, quemaba pero empujé y empujé. Me decían que tocara la cabecita pero yo retiraba la mano. Oía a Alfonso llorar detrás de mi super emocionado. Al día siguiente Raquel me contó que la barbillita no salía y que por un momento le bajó la frecuencia cardiaca así que le ayudó a sacarla metiendo el pulgar, creo. Por fin salió la cabeza. Alfonso lloraba. Alguien volvió a llevarme la mano a la cabecita y ya no me importó nada más. Frotaba con mi mano la cabecita, dijeron que era un morenazo. Cuando salió el cuerpo lo pusieron sobre mi. Estaba húmedo y resbaladizo. Era mi bebé. Por unos momentos solo existió para mi esa carita preciosa y muy distinta a la de sus hermanos. Yo le ofrecía mi teta y pronto se enganchó perfectamente. Tomé conciencia de lo que ocurría a mi alrededor. Raquel cortaba el cordón. Le pregunté "¿pero ya ha dejado de latir?". Dijo que si. Me dijo también que tenía un pequeño desgarro y que me iba a echar dos puntos y que no valía la pena anestesiar. Acepté. Isabel, la segunda matrona, intentó presionar mi tripa para ayudar a la placenta pero no le dejé. Ni les dejaba acercarse al cordón. Dije que tenía que salir sola. Me daba mucho miedo expulsarla pero al final empujé y salió. La pusieron en un tupperware y dije que quería mi batido. Trataron de disuadirme pero yo en esos momentos lo tenía muy claro. Igual que tenía claro que nadie iba a coger a mi bebé ni para pesarlo. Aquel día, por fin, fui leona.

Nuei nació a las 8 de la mañana y ya no se separó de mi piel en todo el día. Con él en brazos me fui a mi cama, me sentía con fuerzas y muy contenta. Por el camino me encontré a Alfonso que traía a Jorge en brazos. Se emocionó mucho al ver a su hermanito. Fuimos a la cama. Lorién dormía, hecho una ranita. Jorge quería despertarlo pero él no se enteraba. Por fin se despertó y al escuchar al bebé se levantó de un salto y se acercó. Estaba alucinado. Isabel y Eva se fueron a otro parto y Raquel y Alfonso me prepararon mi primera batido de placenta con zumo de naranja (en total tomé 4). Me supo buenísimo (curioso en una vegetariana).

A pesar de todo, estoy muy contenta con mi parto. No se cómo habría sido con una asistencia menos directora pero se que mi hijo nació bien, que no lloró, que lo tuve en mis brazos nada más nacer y que el parto me dio fuerzas para no dejárselo a nadie en todo el día. Nos visitó ese día la familia directa pero me lo respetaron. Estuvimos todo el día piel con piel, echando cabezaditas y dejándome mimar.